Actualizando el Proceso Visionario

La visión es como un faro. La esencia siempre está ahí, el clima del día nos lo informan en tiempo real. Siempre hay que estar atentos.

El agotamiento de un mercado puede ocurrir por diversas causas, desde cambios en el comportamiento del consumidor, la aplicación de leyes antimonopolio, la evolución tecnológica y otras más. Hemos visto como algunos empresarios han llegado al momento en que tienen que cuestionarse: “y ahora, ¿para dónde vamos a crecer?”

Ante estas situaciones, cuando parece que estamos cerca de extenuar el potencial de crecimiento de nuestros modelos de negocio, nos toca contestar a la pregunta: ¿cómo vamos a renovar nuestra visión de futuro?

De nuevo nos encontramos ante el desafío de cómo trabajar con nuestros socios, consejeros y directivos en un proceso ordenado y eficaz que nos conduzca a redescubrir dónde están nuestras mejores oportunidades y cómo nos transformamos para aprovecharlas efectivamente.

Este reto puede ser que se nos presente por no haber trabajado oportuna y sistemáticamente en la actualización de nuestra visión, o porque pueden haber ocurrido alteraciones repentinas en nuestro entorno. Hemos hablado de la metodología para el rediseño de la fórmula de negocio. Ahora repasemos las fases del proceso visionario.

Creación de la visión. Primero entendamos que por un lado este tema tiene una parte que permanece y se mantiene inmutable a plazos muy largos. Estos son los principios filosóficos de nuestra organización. Nos corresponde preguntarnos si el impacto de esas perturbaciones externas podría exigir que revisemos el propósito corporativo de nuestra organización. Esto ocurre pocas veces en la vida de una empresa, pero puede darse y hay que estar abierto a ello.

Por otro lado, la perspectiva de corto y mediano plazo se adapta continuamente mientras nos vamos encontrando con la natural evolución de nuestras realidades. En esta otra parte se sustenta nuestra agilidad estratégica, que se mueve adaptándose al entorno conforme este cambia.

Las empresas que perduran entienden la diferencia entre lo que no deben cambiar nunca, o casi nunca, y aquello que está sujeto a cambio continuo.

Compartir la visión. El líder empieza a concebirla sin gran claridad. Lo que mira hacia delante es turbio y nebuloso, pero algo ve. Cuando empieza a vivir esta segunda etapa del proceso experimenta una creciente clarificación y maduración de su definición del futuro a construir.

Comunicar lo que el líder visualiza genera un dialogo que gradualmente ayuda a definir la mirada hacia más allá. El aterrizaje se da a través de la escucha mutua, de múltiples aportaciones y aproximaciones. Si él no presta atención a las preguntas, comentarios y cuestionamientos de sus colaboradores y colegas demorará más es alcanzar la claridad suficiente.

Comprometer con la visión. El valor del detalle y del realismo es enorme, y lo alcanzamos profundizando en los caminos de implementación, en los esfuerzos de alineación de las voluntades de los demás miembros del equipo. Es necesario que todos ellos la hagan propia, y esto no ocurrirá sin el testimonio y la congruencia del mismo líder y de cada uno de los que le siguen en la cadena de mando.

En el camino es normal encontrarse con discrepancias y dudas. La conciliación y la negociación servirán para vencer la resistencia al cambio. Nos ayudarán los que más pronto se alisten. Podrán convertirse en aliados agentes de cambio. Nuestra pasión y la de ellos contagiará a otros. No podemos rendirnos, la continuidad y el seguimiento consistente ayudarán a tomar fuerza.

El amor y el temor se conjugan de manera armoniosa para crear verdadero compromiso. Entre enamorarse del proyecto y temer quedarse afuera de la jugada hacemos maniobras para enganchar a los que siguen.

Como pueden advertir, el quehacer visionario está en el corazón del arte del liderazgo. Aunque no tengamos idea de hacia dónde vamos a conducir a nuestra compañía cuando se agote el mercado o caduque nuestra fórmula de negocio, los empresarios requerimos enorme dosis de optimismo y confianza en nosotros mismos para guiar la imaginación colegiada de quienes nos acompañan a reinventarnos.

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