La pregunta de cómo formar a los hijos de los empresarios es siempre pertinente.
Hablando hace poco con un joven empresario, especialista en desarrollo de software para instituciones financieras, me comentó que él y sus socios habían hecho una alianza con un family office de la Ciudad de México. Me dijo que estaban entusiasmados por el potencial de negocio que juntos podían hacer, me narró lo que ya estaban logrando y me describió otros proyectos que están visualizando juntos.
Es tan interesante el futuro que ambos perciben que los líderes del family office les ofrecieron que mudaran sus oficinas a las de ellos. De entrada me pareció atractiva la propuesta, pero él inmediatamente me expresó sus preocupaciones.
“Hemos pasado largas horas en reuniones con ellos en su oficina, y no nos gusta de entrada su estilo de trabajo”. Al preguntarle a qué se refería me dijo: “No le reman duro, les falta espíritu de lucha. Actúan como si no hubiera afán”.
¡Vaya! Pues no es algo extraño en los herederos de familias empresarias exitosas. Muchos de ellos nacieron sin hambre. Han vivido en la abundancia siempre. No saben lo que es “jugarse el pellejo”.
Otras ocasiones he descrito el proceso de aburguesamiento que viven estas familias cuando los empresarios no logran ponerles retos grandes a sus hijos. Por esta razón la mayoría de los miembros de family offices terminan adquiriendo una mentalidad de inversionistas y dejan de ser empresarios. Y por esto el resultado con frecuencia es o la gradual destrucción de valor del patrimonio, o solo mantenerlo con rendimientos iguales o inferiores a los mercados financieros.
Cuando este chico me contó su historia me acordé de una lectura reciente. Se trata de la narrativa de la evolución de la industria pesquera japonesa. El consumo de pescado fresco en Japón sigue tradiciones antiguas. Antes ellos podían encontrar suficiente pescado cerca de sus costas. Al crecer su población y su economía desde hace décadas, tuvieron que construir barcos cada vez más grandes y equiparlos para llegar màs lejos a buscar sus capturas.
Sabemos que esto ha causado el agotamiento de la población de distintos peces en los mares donde ellos se mueven. Muchas veces me he encontrado esos barcos inmensos pescando en aguas mexicanas, igual que lo hacen en todo el Pacífico.
De todos modos a los japoneses no les gustó el sabor a pescado que no era fresco. Entonces estos barcos fueron equipados con grandes cámaras de congelación para conservar por semanas su recolección. Pues resultó que a los consumidores no les gustó tampoco el sabor a pescado congelado.
La solución consecuente fue instalar en sus embarcaciones grandes tranques para mantener vivas las presas que iban capturando en sus travesías. La reacción del mercado volvió a ser negativa, pues después de un tiempo los animalitos se quedaban inmóviles en los tanques, aún estando vivos. El exigente paladar japonés distinguió estos pescados quietos y siempre ha pagado por ellos un menor precio.
¿Cómo resolvieron este obstáculo? Pues los ingeniosos pescadores ponen un pequeño tiburón en cada tanque, de modo que, aunque se pierden algunos pescados, la inmensa mayoría llegan vivitos y coleando a puerto, manteniéndose activos todo el tiempo. Finalmente los navíos del Japón resolvieron como seguir depredando mares remotos y llevando pescado que sí sabe a fresco a casa.
No me agrada comparar a los herederos de los empresarios con los peces, pero nos sirve la analogía que podemos sacar de esta historia. Estos herederos en peceras seguras y protegidas. Nos falta meterles tiburones en sus tanques. No saben enfrentarlos, y la vida empresarial está llena de ellos.
La verdad es que los tiburones son una bendición. Nos hacen crecer y hacernos fuertes, nos obligan a extraer lo mejor de la adversidad, nos enseñan a descubrir y aprovechar las oportunidades y a enfrentar las dificultades.
Lo que advierte nuestro joven empresario es un estanque acostumbrado a moverse sin agobio, tranquilo, sin gran esfuerzo. Teme que sus equipos de trabajo se contaminen de esa cultura y pierdan la garra que les ha caracterizado.
Esos family offices aburguesados perdieron el desafío hace tiempo. No les pusieron tiburones a sus tanques.