Si no sabemos cuales son las nuestras, todas las oportunidades nos sonarán atractivas.
Los empresarios tienden a perseguir más oportunidades de las que están preparados para atender adecuadamente. Esa es una generalidad que se cumple no siempre, pero sí en la mayoría de los casos.
Nuestro amigo nos comentó: “Mi hijo me dijo que definitivamente no íbamos a estudiar la propuesta de la pequeña cadena de restaurantes. Enfatizó al plantearlo que deberíamos erradicar nuestra costumbre de dedicarle tiempo de análisis a cualquier propuesta de negocios que nos presentan”.
Parece que esta es una práctica común. Está en nuestra naturaleza. No podemos resistir la tentación de prestarle atención a cualquier nueva oportunidad de inversión que se nos atraviesa en el camino.
Lo curioso del caso es que en nuestro análisis preliminar observamos que el grupo de este empresario y su hijo ya está metido en siete sectores económicos completamente distintos. Como siempre, más del 95% de sus utilidades y flujos provienen de un solo negocio, que es de donde ha salido todo, y es el que ha estado en manos de la familia por décadas.
En casi todos los grupos la economía se sustenta en el core business. Los demás son exploraciones a prueba, negocios en validación, o experimentos adyacentes, aunque pocas veces estos se convierten en entes creadores de valor relevantes.
¿Por qué este patrón de comportamiento es tan generalizado? Presento aquí mis ideas al respecto.
Primero, tenemos recursos excedentes. Generalmente los empresarios invierten en otros negocios porque cuentan con fondos para invertir. Es verdad que algunos lo hacen aún cuando su negocio medular no goza de alta rentabilidad ni de salud financiera, pero la tentación de meterse en otras aventuras empresariales crece mientras más capacidad financiera tienen para hacerlo.
Segundo, carecemos de una visión de crecimiento ambiciosa, que busque explotar a cabalidad el potencial de nuestras actuales fórmulas de negocio. Ni tenemos una metodología para gestionar la creación de valor en la empresa, ni enriquecemos nuestras perspectivas con la sabiduría de consejeros que nos ayuden a trabajar en esa visión.
Tercero, no precisamos nuestra querencia de creación de riqueza. No definimos, revisamos y actualizamos objetivos claros de creación de valor. No especificamos los criterios o tesis de inversión que enmarquen en qué si nos interesa invertir y en qué no. No filtramos las oportunidades con ningún tamiz que nos delimite los campos de exploración.
Cuarto, el éxito se percibe, y quienes nos rodean nos inundan de ofrecimientos de inversión que responden a lo que a ellos les interesa, por cualquier motivo, pero no a lo que debería interesarnos a nosotros.
Quinto, nos falta creatividad, y no somos capaces de visualizar nuevos espacios de crecimiento dentro de nuestro negocio. Esto provoca en nosotros aburrimiento y falta de emoción. Nuestro negocio deja de ser divertido, y andar por ahí de exploradores es muy placentero, nos saca de nuestras rutinas, y nos anima a asumir nuevos riesgos.
Sexto, no caemos en cuenta que gran parte de nuestro quehacer como dueños es saber decir que no. El abandono estratégico, tarea fundamental del rol de dueño, consiste en renunciar a las oportunidades que no nos prometen de manera realista y clara altas posibilidades de creación de valor.
Abandonar es también tener claro cuáles son nuestros no negocios, nuestros no mercados, nuestros no productos, y no caer en la tentación de diluir nuestras energías y recursos donde no tenemos posibilidades de construir caminos de liderazgo competitivo y de alto rendimiento.
El cometido de la Dueñez es la relevancia, y esta se construye cuando transitamos caminos superiores de crecimiento, cuando conquistamos posiciones de liderazgo en el mercado, y cuando operamos con estándares de excelencia operativa con los más altos indicadores de rendimiento.
Cuidemos de no dispersarnos, de no distraernos en negocios que en el mejor de los casos prometen generar dineritos. Definamos nuestra querencia, tracemos nuestra visión de valor, renunciemos a la mediocridad.
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Carlos A. Dumois es Presidente y Consultor de CEDEM.
“Dueñez®” es una marca registrada por Carlos A. Dumois.